Mi hermano pequeño, Javi, que está en 2º de bachillerato, se ha quedado hoy en casa porque dice que han terminado los exámenes y que ya no hacen nada. Y me he estado acordando de mi época en Bailén, en el María Bellido: el autobús de cada día, los profesores, los buenos amigos que hice durante esos años... y las gamberradas.
Tengo que decir en mi defensa que nunca he sido 'malo', ni me he metido en follones. Las gamberradas eran siempre orquestadas y ejecutadas por los mejores fichajes de bachiller (yo soy de los viejos: 1º, 2º, 3º de BUP y después COU), pero de vez en cuando si que participaba en esas misiones traviesas, aunque sólo fuese mirando.
Mi primer día en Bailén, todavía con 14 añitos (cómo pasa el tiempo!) lo pasé huyendo de los mayores y esquivando las novatadas típicas de estos centros. Siempre ha sido algo que he odiado, pero tenías que tragar con ello; era peor enfrentarte que sufrirlas. Ese día me pintaron la cara con tinte para los zapatos y tuve que bailar los pajaritos en medio del pasillo, rodeado de gente que no conocía y que jadeaban mi actuación: menos mal que no fuí el único. Claro que a otros les tocó peor parte: el insti de Bailén esta situado en lo alto de una cuesta de tamaño considerable. A algunas mentes enfermas no se les ocurrió mejor idea que coger un par de contenedores de estos grandes con ruedas, meter a novatillos dentro, y experimentar una carrera de contenedores humanos cuesta a bajo: el resultado os lo podéis imaginar; creo que salió hasta en el periódico.
Dejando de lado las novatadas, y por supuesto los insultos y peleas diarias, que eso era lo más normal del mundo en el insti de Bailén, hubo episodios que merece la pena recordar, aunque alguno que otro ya lo he contado. Me acuerdo de una mañana en la que encerramos a uno de nuestros compañeros en una clase contigua a la nuestra que estaba vacía. Empezamos la clase y el profesor preguntó por el susodicho 'preso', que tenía las herramientas de trabajo sobre la mesa, pero que no estaba en clase. Fue decir ¿dónde está Lejo? y escuchar un golpe atronador que venía de la otra clase: el muy cabrón había levantado la pizarra hasta dónde pudo, y empujándola con fuerza la estrelló contra la pared que daba a nuestra clase; todo tembló, pero lo mejor fue que del inmenso golpe, el cuadro de sus majestades los reyes que estaba sobre nuestra pizarra, salió despedido y fue a parar a la cabeza del profesor, todavía asustado por el ruido. Me parece que lo expulsaron 3 días.
En otra ocasión, y esto fue en una clase diferente a la mía, un par de niñas, que también las hay muy finas en los institutos, se subieron durante el recreo a la planta de arriba del centro, y las muy cabronas esperaron a que pasaran por debajo dos profesores (que algo les habrían hecho pero que yo ya no recuerdo): sacaron una hoja de la ventana, de aluminio y cristal, y la dejaron caer desde la segunda planta cuando los profesores pasaban. Menos mal que no los pilló, porque un objeto así desde esa altura te mata: expediente, expulsión y si yo hubiera sido director, ejecución pública para que los demás tomaran nota.
Ahora que la gamberrada que recuerdo con más diversión fue un día en 2º de BUP. Estabamos en dibujo con Miguel, un señor ya mayor y al que le faltaba una pierna (andaba con dificultad con una prótesis). Las puertas de las aulas, de madera contrachapada, estaban todas heridas de muerte debido a los puñetazos y patadas que sufrían en los recreos y otras ocasiones en las que no había 'moros en la costa'. La nuestra tenía un agujero de un tamaño importante: podías atravesarla con el brazo sin ningún problema. Pues bien, esa mañana un elemento de otro curso nos dijo que estuviésemos atentos al agujero. Empezamos la clase y Miguel se puso a explicar su incomprensible galimatías de rayas en la pizarra. Se vuelve, y yo que estaba en primera fila, veo como abre los ojos de par en par y mira hacia la puerta gritando: todos miramos en la misma dirección y desde luego la escena no tenía desperdicio: el elemento anterior se había bajado los pantalones y, previo empalme, mostraba su pajarito a través del agujero. Miguel salió corriendo (si a eso se le puede llamar correr, con su cojeteo), abrió la puerta y persiguió por todo el instituto (que es muy grande) al exhibicionista. Creo que fue el día que más me reí en el insti. Algunas niñas preguntaron que qué era eso... qué inocentes! Hoy con 15 años algunas ya tienen un par de niños.
No me quiero enrollar más, porque anécdotas hay muchas y variadas: partidos de fútbol dentro de clase con el bolso de la profesora de turno, masturbaciones mientras se veía alguna peli en la oscuridad, organización y ataque a las puertas del centro para atrancar cerraduras y romper cristales, introducción de ratas y otros simpáticos animalillos en los cajones y muebles de las aulas...
Todos sobrevivimos... aunque alguno que otro tiene secuelas. De alguna forma hay que justificar la cantidad de subnormales que pueblan nuestro mundo. Venga, contadme anécdotas de vuestros años como estudiantes :P
Un saludo, Mike.
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1 comentario:
¡Qué cosas cuentas!
Fíjate que yo no me acuerdo de ninguna anécdota/novatada de mis años en el instituto... no sé por qué será; a lo mejor es porque me he pasado la vida entera de un lado para otro, de un colegio al otro, nuevas amistades... un desastre. O a lo mejor es porque no me quiero acordar, váyase usted a saber...
Es que yo he sido siempre muy 'buenecica', Mike... :p
Besos y buenas noches.
Rocío Brontë
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